miércoles, 15 de mayo de 2013

De las Musarañas y demás alimentos legendarios

Queridas ingles:

Imagino que todas recordaréis alguna de las grandes mentiras que os han contado siendo apenas un infante. Quizás incluso sigáis creyendo alguna. Y no hablo de los reyes magos, sino de estas cosas que se dicen sin darles demasiada importancia, ni llegar a desmentirlas nunca, y que pueden anidar y sobrevivir hasta sabe dios cuándo. No hace mucho, un compañero en la universidad dijo que las musarañas eran animales imaginarios. Bueno, supongo que las musarañas son un caso especial ya que ni siquiera el corrector de chrome las reconoce (dicho lo cual, tampoco reconoce "sorícido" ni "chrome"). Pero aún así, una amiga me reconoció que hasta hace no demasiado, aún creía que "musarañas" quería decír "arañas que juegan al mus". Lo cual es ya bastante credulidad.

Y digo credulidad porque no pienso que los niños sean estúpidos, sólo están en una situación de inferioridad abrumadora, caracterizada por una gran carencia de información. También, condicionados por el hecho de que la mayoría de relaciones sociales que mantienen (con padres, tíos, profesores, incluso amigos) son de maestro-aprendiz, ya que al ser lego en casi todas las materias, toda conversación, juego o actividad se convierten en un aprendizaje. Cuando uno es niño, o profundamente ignorante acerca de un tema, tiende a aceptar humildemente aquello que se le dice, por extraño que suene, y a justificarlo para sí de las maneras más rocambolescas, con tal de que pueda llegar a resultar remotamente lógico.

Por eso me pareció tan mal siempre lo de mentirle a los niños. Aprovecharse de la debilidad de alguien para hacerse el gracioso con otros adultos, o para hacerse el listo con los propios niños, no sabría decir qué es más triste. A veces tal vez quieras hacerte el gracioso con un niño, subestimando su credulidad, y la broma acabe en mentira. Mi primo de apenas cinco años me pidió que le enseñara el arañazo del lobo. Quedé confuso hasta que me di cuenta de que se refería a mi cicatriz (de origen quirúrgico, no lupino). Le expliqué que era broma, que no me la hizo un lobo, sino un médico. "¿Un médico?¿Cómo? - Pues en un callejón oscuro, me asaltó, sacó un bisturí y me hizo esto". El se rió, pero al poco le oí contando como un médico había asaltado a su primo en un callejón y noséqué de un lobo. Vaya, le había vuelto a mentir.

¿Y qué hay de mis mentiras? Las que a mí me han contado, quiero decir. Bueno, unos estúpidos tests del colegio me dijeron que podría ser lo que yo quisiera. Mis padres me dijeron que llegaría lejos. Que estudiara una carrera primero, por practicidad, por tenerla (por ser alguien, supongo), y que luego podría hacer lo que yo quisiera. Todo ese tiempo lo dediqué a la vida contemplativa, a la adoración de las musas, a saciar los apetitos más primarios. A la espera. A justificar mis fracasos con sentimientos de superioridad. A lamentar o desprestigiar los éxitos de aquellos a los que no consideraba dignos, confiando en que el mío sería mayor. Y esos, que estaban donde yo quería estar, creyeron lo único que yo no creí en mi etapa de aprendiz: que todo llega a través del esfuerzo. ¿Y quién coño quiere oír eso?

Regálame los oídos. Regálame una vida de éxitos a medio gas, de espontaneidad. Regálame esta espera, este tránsito. Regálame libertad, pues ¿qué es la sociedad (trabajar, comer y cagar) más que una jaula, y qué  una jaula más que un tamaño de libertad? Esta me aprieta un poco, ¿no tiene una talla más?
De tanto esperar, la espera se convirtió en camino, y el destino en vaguedad. Regálame leyendas que un día pueda contar.

Miguel