Desde
aquel día, veo el cielo arder.
De día… de noche… cuando sueño con tu boca… el cielo es un pasto de llamas voluptuosas y
fugaces explosiones rojizas hasta donde alcanza la vista. Y nadie, salvo yo,
parece poder ver el inmenso infierno que gravita sobre nosotros, a menos de un
mundo de distancia.
A
veces, al abrigo de destellos carmesíes, monstruosos insectos de fuego emergen,
boca abajo, del cielo. Y con enormes patas desiguales cazan al vuelo volutas de
luz. Me gusta oír como gritan, con sus heladores aquilones que hacen vibrar el
espinazo.
Y en
noches de marinero en tierra, siguiéndote a ciegas, como a una estrella, deseo
estallar en llamas, consumirme y elevarme. Y como Gregorio Samsa, despertar
convertido en un monstruoso insecto.
Presnas
Presnas
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